Eran tiempos de oportunidades en Norteamérica. De independizarse, de hacer algo. Siempre hay un momento en la Historia y luego ese momento pasa, y a veces, no se sabe aprovechar. O no se quiere. O no hace falta. Y puede que décadas después, o siglos, cuando ya no tiene sentido, muchos se dediquen a alimentar frustraciones, encendiendo hogueras sin saber qué coño encienden.
Por aquellos días, un trincador de whisky llamado Sam Houston, pensaba en el futuro de Texas sentado en una cantina delante de una botella un día cualquiera de 1835.
Cuando España dejaba al fin que los mejicanos funcionaran a su aire, Stephen Austin, especie de político hijo del famoso comerciante Moses Austin, negoció con estos unos doscientos asentamientos angloamericanos en el territorio norte y animó a los residentes a revolverse contra López de Santa Ana, un militar en el poder que ya empezaba a molestar, cada año se parecía más a un tirano con vena napoleónica y ambicionaba someter de una puñetera vez a todos los cowboys de por arriba. Los colonos tejanos empezaban a hartarse de México, para eso tenían una buena tierra soleada y húmeda, montañosa y llena de ganado, que acogía a cuanto sinvergüenza u hombre honesto quisiera llegar hasta allí para unirse a jaleos de vaqueros.
Y allí llegaron para ello tíos duros como el Comandante William B. Travis, después de dejar plantada a su mujer; Davy Crockett, un cazador de osos y contador de batallas de Tennessee que bebía tanto o más que Houston; un buscaterritorios e inseparable de su cuchillo llamado James Bowie; James Bonham el born rebel, Gregorio Esparza, y decenas de valientes, o no tan valientes, aprendices de político, hombres con mundo y sin él, convocados para el combate contra las tropas del reyezuelo mejicano, que ascendía poco a poco hacia el norte con los suyos para aclarar las cosas a cañonazos.
Habían llegado los de Santa Ana hacia San Antonio, cerca de El Álamo, único obstáculo al parecer, entre el ejército del dictador y los texans rebeldes en vías de unificación. Pero aunque los resistentes alamistas clamaban a los mensajeros por ayuda, allí no aparecieron mas que unos cuantos refuerzos de Gonzales. El ambicioso Sam Houston reunía y reunía soldados para pillar al enemigo en otro momento. No quería morir en El Álamo. Bueno, y los de El Álamo tampoco.
Y la cosa se les puso fea un buen día de Marzo 1836, cuando después de una música chirriante de toque a degüello, se lanzó el primer bombazo de una batalla que acabaría con la muerte a saco de todos los resistentes entre los muros franciscanos.
No sabía el pobre Santa que tanto entretenimiento, y tanta milonga de gloria había dejado enormes bajas y dado oportunidad a Houston de hacerse fuerte, y días más tarde se los ventiló en veinte minutos junto al río San Jacinto, en las proximidades de la ciudad que lleva su nombre. Vencido, y un poco menos sonriente que cuando ejecutaba campesinos, el dictador cambió su vida por el primer aliento de la República de Texas.
Recuerden El Álamo. Con esa frase en la mente salen los estudiantes de Texas, impresionados, cuando visitan, patriotismo obliga, esta misión católica, primera de las cuatro misiones religiosas españolas fundadas en la rivera de San Antonio, antiguo hogar de pieles rojas refunfuñones comedores de rica carne inglesa.
Trece días de resistencia de 189 hombres frente a miles de soldados mexicanos, en aquel sitio a medio cocer, en una hazaña que pasa a la Historia como ejemplo de patriotismo, valor y coraje. Patriotismo tejano, es posible, coraje, seguro, pero en realidad...¿Qué defendían los resistentes en El Álamo? ¿Su libertad? ¿Su independencia? ¿O la continuidad de la esclavitud como lucrativo modo de vida frente a su abolición por parte mejicana?¿La posesión de tierras? ¿Hubo alguna participación extranjera, o británica, en todo aquel sarao? Es muy difícil descubrir si fue una sola cosa o la fusión de todas ellas, y quizás alguna más, si fueron héroes o simples cabezotas en busca de hacerse ricos o de un país propio, si fueron ángeles o demonios.
Pero Norteamérica se enorgullece de una pelea por una independencia que hoy, unidos a USA diez años después de la revuelta, sería de locos.
Y el espíritu de El Álamo, será lo que quieran los americanos, o lo que quieran los antiamericanos, pero qué carajo, algo está claro. La defensa de lo imposible, la pasión por hacer frente a lo que sea antes que huir, sin pensar en ganar o perder, esa es la historia. Por tanto, sea como pudo ser, por los que resisten dignamente hasta morir, recuerden El Álamo. Si quieren.
Publicado originalmente en Nunca Caminaremos Solos.
Escrito por
Cruzcampo