lunes, 17 de julio de 2006

Desayuno con diamantes

Cuando vi hace tiempo Desayuno con Diamantes, me llamó mucho la atención la manera que tenía la protagonista, Audrey Hepburn, de evadirse del mundo cuando se sentía en un día rojo. Un día rojo, era esa mañana que se levantaba observando todo su alrededor triste, desolado y sin futuro, y ni corta ni perezosa, cruzaba un par de calles para desayunar delante del escaparate de una famosa y lujosa joyería.

En este año, todos, más o menos, hemos tenido un día de ésos en los que nos hubiésemos acercado a la puerta de Tiffany's a consolarnos con el brillo de algún que otro diamante. Sólo nos era necesario teclear la dirección de cualquier periódico digital para pensar, al igual que la frágil Holly, que todo nuestro ambiente estaba adoptando colores más teja, granate o bermellón.


No obstante, no sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero a mí como que los diamantes no son un consuelo válido y no conseguirían quitarme esa sensación de desasosiego por muchas horas que estuviera de pie observándolos. No, no los tengo en alta estima.

Aunque sí creo que pudiera servir en sustitución de esa piedra preciosa, una medida bien sencilla, y que puedo aplicar en un corto espacio de tiempo: me voy de vacaciones. Sí, pronto apagaré el monitor y me iré a desconectar, sin televisión, radio, prensa o Internet cerca, simplemente a descansar y renovar fuerzas. Cierro por ello este blog hasta más o menos septiembre ya que el tiempo que tenga libre lo invertiré en Cómo ser de derechas y no morir en el intento y en Noticias de Eurabia.

Los delirios cheskianos desaparecen hasta septiembre.

Espero que cuando vuelva a retomar esta bitácora haya variado un poco el color de todo lo que nos rodea, a tonos menos agresivos y dulces. Al menos que nada se torne definitivamente a negro.

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