jueves, 23 de noviembre de 2006

El Perfume

La lectura es una de las mayores bendiciones que podemos tener los humanos. Sentarte en tu sillón con un buen libro, ir pasando poquito a poco cada una de sus páginas, y terminarlo mirando su tapa con una sonrisa en los labios, es para mí algo impagable; hay muchas cosas que, según mi criterio, el dinero nunca podría dármelo con el simple hecho de pagar, y el disfrutar un buen libro se encuentra entre ellas.

Aunque no siempre das con el libro adecuado, ni algo que todo quisqui dice que es una joya literaria - o del entretenimiento - tiene que ser del agrado personal de cada individuo; mientras a unos les encanta los bestsellers número uno en venta que te tropiezas con ellos nada más entrar en el fnac, otros, sin embargo, suelen ser adictos a tochos menos asequibles para las mentes modestas. Creo que por el camino de baldosas, encontrarán algún compañero que encajaría en esta última categoría.

Y , también, para no obviarlo, existe la categoría que sólo lee los titulares del MARCA/AS que tengan una fuente mayor del tamaño 36, para no estresarse; pero eso, por hoy, lo vamos a dejar de lado.

Pues hace muchos años, me dejaron por mi casa un libro muy finito, que tenía en una esquina una advertencia de que era la no sé cuántas ediciones, gastado de haber pasado de mano en mano, y un postit en la tapa que decía algo como lo siguiente: léetelo, Chesk, te va a encantar. Me lo terminé en una tarde, pero no sonreí, ni disfruté al ir pasando sus páginas; al contrario, me entró asco, repugnancia, ardor de estómago, y ganas de tirarlo por la ventana; estoy hablando, por supuesto, de El Permufe, de Patrick Süskind, este clásico entre los clásicos que muy probablemente me tocará ver su adaptación cinematográfica.

El autor consiguió que me entrara en la cabeza todo el cruel y nefasto mundo del protagonista del relato; el mismo, que se dedica a matar mujeres inocentes para fabricar el perfume entre los perfumes y que se tira las páginas de la novela metido en un mundo repugnante de olores y fragancias. Ahora, a la película, sólo le queda conseguir que los espectadores que vayamos al cine a verla salgamos al finalizar con un buen cabreo, nos acordemos de los euros que hemos pagado por sentarnos en la butaca, y tengamos la misma sensación de malestar que cuando yo cerré el libro por su última hoja. Es difícil, sí; pero no imposible.

Actualización: he añadido la imagen publicitaria de la película; creo que habla por sí sola de qué tipo de libro estamos hablando.

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