Hemos comentado muchas veces que el Mal está dentro de nosotros mismos. No es algo que se aprenda, ni que tengamos que memorizar a lo largo de nuestra vida, es inherente al género humano, que como mucho, podemos minimizar o maximizar en función de nuestra educación y de los valores que poseamos.
Está claro que lo que veamos de nuestros mayores, la educación que recibimos de nuestros progenitores, nos afectará a cómo seamos cuando lleguemos a adultos. No quiere decir que ellos tengan la única responsabilidad de nuestros fallos y aciertos, pero sí que pintan mucho en el resultado final de cada uno como persona. Si nuestros padres nos regalasen un pequeño juguete que trae una picana como las que se utilizaban en las torturas de la dictadura argentina en los setenta, pues mal vamos a ir:
Si de aprender a torturar se trata, los niños de Argentina tienen la solución a la vuelta de la esquina. Desde hace algunos días, en las jugueterías de Buenos Aires se puede adquirir por seis pesos (el precio de dos cafés, o el equivalente a dos dólares o a un euro y medio) un set de policía que, además de pequeñas réplicas de un revólver con silenciador, unas esposas metálicas y un silbato, incluye una "picana de juguete" capaz de dar una descarga como la de un encendedor eléctrico de cocina.
Por menos de dos cafés, entras en una juguetería y le regalas a tu nene, un set completo de artilugios de policía, y entre ellos, la famosa picana, la utilizada por tanto asesino sin escrúpulos para imponer el terror y silenciar las bocas más díspares al régimen dictatorial. Además, por ese ridículo dinero, puedes conseguir que ese niño a priori inocente y sin maldad, se vaya entrenando en cómo ser un torturador y homicida, y al mismo tiempo, pisotear la memoria de unas víctimas y desaparecidos cuyas familias todavía tienen el dolor en sus corazones.
No es que el Mal esté únicamente en nosotros, es que haciendo estos regalos, dejando que ciertos niños jueguen con fuego, sólo conseguimos pequeños diablillos en potencia. Y luego nos quejamos, o nos llevamos las manos a la cabeza, cuando estas criaturas crecen y en vez de jugar con ese fuego, provocan graves incendios. A veces, somos nosotros mismos los culpables de ver todo convertido en cenizas, aunque no nos queramos dar ni cuenta, o prefiramos cerrar sistemáticamente los ojos.
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