viernes, 8 de septiembre de 2006

Éramos pocos y...

A L. Frank Baum le llegó la fortuna en el momento que menos se lo esperaba. Después de haber sido periodista, empresario teatral, vendedor de cristalería y muchas cosas más, un buen día se le ocurrió escribir literatura infantil. Fue en su tercer libro , cuyo título eligió por el nombre del cajón de un archivo, el que le marcó toda su vida y le proporcionó la fama y la gloria.

El Mago de Oz, donde Dorothy con su pequeña mascota intenta recorrer el camino de baldosas amarillas en busca de un mago que la lleve de vuelta a casa, ha cautivado el corazón de niños y no tan niños en los últimos cien años. Pocos de ustedes podrían negar que no conocen al hombre de hojalata, ni al manso león, ni al encantador espantapájaros; y menos aún, que no recuerdan a Judy Garland cantando Somewhere Over The Rainbow en la versión cinematográfica del cuento.

Debido a ello, creo que no he sido un bicho raro al tener en tan alta estima un simple cuento infantil como para basarme en él a la hora de iniciar este blog. Al fin y al cabo, Dorothy siempre ha estado presente en las mentes de todos aquellos que estaban dispuestos a sumergirse en un mundo menos gris al que vivimos. Sin embargo, ella no hace ese camino sola; poco a poco, se van incorporando amigos en su recorrido que le harán más fácil llegar a solicitar audiencia a ese misterioso mago.

Por eso, debido a dos comentarios que he leido en las últimas semanas de Rakras y Cruz -en los que definían a este blog de manera muy similar (tertulia y club de los poetas perdidos respectivamente)- he decidido que de vez en cuando tengamos compañía por acá. Veremos los textos e impresiones de cada uno de los miembros de este peculiar círculo que se preste. Cuando les dé la gana, y cómo les dé la gana.

Ya saben, a veces es menos duro recorrer ciertos caminos si se tiene la compañía adecuada.


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