jueves, 21 de septiembre de 2006

Tierra de huracanes

Recuerdo pasar años con un frío horroroso, en el que la humedad y la lluvia me calaba hasta los huesos y tiritaba mientras incubaba un buen gripazo; tengo en mi memoria esos veranos en los que salía a la calle, y el calor irradiaba desde el asfalto a mi cabeza sintiéndome como si el ambiente me robase el oxígeno para respirar. Lo que sí que por más que busco en mi frágil memoria - y no encuentro - es la existencia de huracanes en España. Y parece que no soy la única:
El conselleiro de Presidencia de la Xunta ha manifestado esta mañana en rueda de prensa que "estamos ante un fenómeno extraordinariamente poco frecuente, que puede producir situaciones de peligro y, por lo tanto, obliga a tomar todas las precauciones con los elementos móviles y a extremar las precauciones para circular por carretera". No es usual que una perturbación de este tipo afecte a España: desde 1850 sólo han pasado nueve huracanes por la Península, y el último de ellos, Charlie, lo hizo en 1992.
Ahora las corrientes oceánicas han decidido que España se convierta en tierra de huracanes; que suframos los efectos de los desvastadores vientos y que algunos millones de nosotros, de vez en cuando, nos tengamos que poner a cubierto para protegernos de las que nos va a caer encima. Los paragüas no sirven ya para protegerse de la lluvia.

Ni tampoco las mentiras, las maniobras de intoxicación, las indignas falsificaciones, ni las tomaduras de pelo variadas, pueden ser tapadas con nimias cortinas de humo. Ahora, para evitar el chaparrón, algunos tendrán que prepararse puesto que - en tierra de huracanes - ya no son válidos algunos refugios.



Que tengan cuidado, todo termina volando.

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