domingo, 14 de enero de 2007

La cárcel, el paraiso perdido.

A los humanos se nos suele dar muy bien intentar solucionar un problema cuando ya lo tenemos encima de nosotros. En vez de irnos al origen de las cosas, procedemos a erradicarlo yéndonos por las ramas y esquivando el porqué de tal asunto. Y no digamos prevenir, eso ni pensarlo.

Parece ser que las cárceles españolas están hasta arriba, que los presos salen por todas partes debido al aumento exponencial de la delincuencia en nuestras fronteras, y las prisiones tienen todo tipo de inmigrantes muy agusto alojadas en ellas. Para dar un poco de oxígeno a estos recintos abarrotados, a la espera de que se construyan nuevos centros, la señora Gallizo intentó dar la oportunidad a los reclusos extranjeros de que cumplieran la pena en su país. Un éxito rotundo ha obtenido:
De unos diez mil presos, únicamente trescientos han vuelto a su país. Ni el tener la familia allá, ni el estar cerca de los suyos, ha convencido a los delincuentes de cumplir la pena en su tierra. Y es lo lógico y normal. No van a volver a un lugar donde no se les trata como si fueran bebés, ni donde la policía no tiene reparos a la hora de actuar; ni a donde las penas se cumplen completamente y no se vuelve a delinquir a los tres meses por buena conducta. Serán delincuentes, pero no tontos del bote.

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Los que sí lo son, pero de remate, es la señora Gallizo y todo el Ministerio del Interior. Si ustedes quieren vaciar las cárceles, no envíen a los presos al extranjero: eviten que éstos entren en nuestro país antes de asesinar, violar, robar y meter el miedo a la población. Corrijan el problema en su origen, no al final de la cadena; de esa manera todos saldremos ganando.

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